Localizada en un amplio terreno ubicado entre el Cerro de la Corona y el Parque Nacional de Chipinque, la obra debía ser concebida con un tratamiento escultórico, considerando su importante presencia en el contexto. Debido a la diversidad de dicho contexto, se decidió optar por el paisaje como pauta de integración, generando así una línea horizontal predominante que sigue el perfil poco accidentado de la meseta donde sería edificada. Como contrapunto vertical, se conciben las torres que contendrían los equipos.
La negación del color está dictada por dos razones básicas. Primero, la búsqueda de un máximo contraste entre los volúmenes blancos contra los verdes y azules de la naturaleza -exaltando estos últimos- y segundo, la frescura real y psicológica que el color blanco ofrece en un clima tan cálido como el de la ciudad de Monterrey.
Dicho tratamiento del color, aunado a la ventilación cruzada que se da en toda la casa, así como las alturas libres que oscilan entre los 3 y 4 metros, son factores definitivos para el buen funcionamiento bioclimático del proyecto.
Las vistas naturales de la Sierra Madre, se explotan en todas las áreas orientadas al sur, careciendo de las mismas el comedor y el desayunador, para los cuales se creó un patio interior que tiene como función principal el ser un espacio visual, además de ser captador de luz y aire adicional para toda la casa.